LA IRA EN PERSONAS DROGODEPENDIENTES

Tomado de Guadalsalus.

IRA. Concepto según la RAE: 

  1. f. Sentimiento de indignación que causa enojo.
  2. f. Apetito o deseo de venganza.
  3. f. Furia o violencia de los elementos de la naturaleza.
  4. f. pl. Repetición de actos de saña, encono o venganza.

   Investigaciones recientes señalan que la mayoría de las personas con problemas en drogodependencias cuando están bajo los efectos del consumo tienden a tener comportamientos conductuales inadecuados, pues reaccionan de forma agresiva ante determinados hechos o circunstancias, también ante la familia o entorno.
Pero, ¿por qué esta forma de reacción no se da en todo el mundo? Parece ser que la respuesta se encuentra en la ira.

  • La ira se compone de tres componentes básicos: 
    • Componente cognitivo: nos permite procesar la información a partir de la percepción y experiencia.
    • Componente afectivo: despierta la voluntad de comprometernos de manera particular con otras personas, con disciplinas, contenidos y valores.
    • Componente conductual: forma que tenemos de reaccionar ante las diferentes situaciones que se nos dan.  Es el más afectado cuándo se ingiere algún tóxico pues la ira y agresividad salen a la luz.

Estudios concluyen que por un lado la agresividad es un comportamiento alentado por el deseo de hacer daño a alguien y la ira es el conjunto de sentimientos que no está motivado por ningún fin en particular, es decir, su componente afectivo se refiere a emociones como la frustración o el disgusto.
Por ello, los profesionales que trabajamos de forma directa con personas con problemas de adicciones sabemos que la ira es una de las principales emociones que traen consigo cada uno de los pacientes y que desde su inicio en tratamientos debemos de empezar a enseñar herramientas y estrategias que ayuden a gestionarla para promover un estado emocional equilibrado.
Lo principal, un horario establecido que ayude a tener una rutina fija. Lo segundo, pautas que indiquen cómo actuar en caso de vean que su conducta desvaría y el malestar comienza a aparecer en ellos.
Por último, añadir que cada uno de los pacientes no son culpables de su enfermedad, pero sí responsables de su recuperación, por ello, debemos motivar en su tratamiento y otorgar las claves que ayuden cada día más en su proceso de evolución en el tratamiento.

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Etapas que debes saber – alcoholismo – adicciones

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Un enfermedad mortal – alcoholismo – adicciones

¡No estás solo, búscanos! asiste a nuestras reuniones todos los días por la noche. Te esperamos. Solamente requieres estar consciente de que necesitas ayuda.
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¡No estás solo! busca ayuda, estamos aquí y somos como tú.

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¡Es AA para ti?

Solo tú puedes responder estas preguntas para saber si necesitas ayuda en cuanto a la bebida o drogas. Sé honesto y responde esta encuesta proporcionada por la organización de Alcohólicos Anónimos mundial.

ENLACE

https://www.aa.org/es/self-assessment

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¿Qué ocurre cuando se convive con un alcohólico?

El alcoholismo altera el día a día de una familia creando conflictos, hiriendo a los diferentes miembros y entorpeciendo las relaciones afectivas. Los sentimientos que predominan son negativos y esto supone un gran desgaste  para todos. 

  • Se crea confusión. Nadie sabe cómo actuar.Algo grave está pasando y parece que todo el mundo intenta ocultarlo o mirar para otro lado.
  • Se niega. Por vergüenza o por miedo a hacer algo que dañe al ser querido. Según la edad de los hijos, se niega la mayor ante los demás. Lo que sucede en el hogar queda blindado. Se convierte en el secreto familiar.
  • Se tiende a justificar. Para minimizar o para suavizar el impacto que tiene sobre la sensibilidad de los demás componentes del grupo.
  • La vida de toda la familia gira en torno al enfermo. Se vive y se actúa según sea su estado de ánimo, si bebió anoche, si  ha vuelto a casa, etc. 
  • Desgraciadamente, los miembros se adaptan a vivir de esta manera ya que es un largo proceso. Cada uno utilizará unas herramientas de protección y de supervivencia diferentes.
  • Hay una pérdida de la confianza en el alcohólico.  Sobre todo si ha tenido intentos de abandono del consumo. El  comportamiento y la forma de ser de un dependiente al alcohol hace muy difícil que se vuelva a confiar en él.Es tratar a diario con mentiras, manipulaciones y vacío.
  • Se sufre.  Ya que se vive con temor y con el estrés que lo acompaña.
  • Se vive entre peleas, conflictos importantes, cada vez más problemas y cómo no, agresividad. 
  •  El alcoholismo desborda.  Hay un agotamiento de los recursos afectivos, emocionales, económicos, sociales de la familia como grupo, independientemente  de cómo afecta a cada miembro. 
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Reflexiones diarias – 14 de agosto

Tratamos de barrer los escombros acumulados como resultado de nuestro empeño en vivir obstinados y manejarlo todo a nuestro capricho. Si aún no tenemos la voluntad de hacerlo, la pedimos hasta que nos llegue. Recordemos que al principio estuvimos de acuerdo en  que haríamos todo lo que fuese necesario para sobreponernos al alcohol.

ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, p. 76

Hacer una lista de las personas a quienes había perjudicado no fue una cosa difícil de hacer. Ya habían aparecido en mi inventario del Cuarto Paso: gente contra quienes yo tenía resentimientos, reales o imaginarios, y a quienes yo había herido con actos vengativos. Para que mi recuperación fuera completa, yo no creía que fuera importante que aquellos que me habían ofendido legítimamente tuvieran que hacerme reparaciones. Lo que es importante en mi relación con Dios es que me ponga frente a Él sabiendo que yo he hecho todo lo posible para reparar los daños que he causado.

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¿Cómo evitamos beber?

En AA hemos encontrado nuestra respuesta para dejar de beber.

Vamos a las reuniones de A.A. con tanta frecuencia como podemos.

Tras escuchar las historias, nos damos cuenta de que nuestro caso no es único y que hay una solución.
Aprendemos a identificarnos con los sentimientos de los que hablan y no comparamos los hechos superficiales de nuestra historia con los que escuchamos.

También leemos literatura de A.A. como por ejemplo el folleto, “¿Demasiado joven?” y el librillo
Viviendo Sobrio, y los libros Alcohólicos Anónimos y Doce Pasos y Doce Tradiciones.

Hablamos con otros miembros antes y después de las reuniones y por teléfono.
Nos transformamos, gradualmente, día a día. Ayudamos a otros alcohólicos.

Y, ayudándolos, nos mantenemos sobrios, cuerdos y felices. En este folleto hay algunas historias de A.A., experiencias personales de miembros jóvenes como nosotros.

Esperamos que te ayuden a encontrar tu camino.

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¿Dónde puedo encontrar AA?

¿Dónde puedo encontrar A.A.?
Muchos de nosotros encontramos A.A. en los lugares donde vivíamos después de buscar Alcohólicos Anónimos en Internet. Otros encontramos A.A. por medio de un consejero académico, un médico, un pariente o un amigo. O un juez nos introdujo a A.A. o nos enteramos de A.A. en el hospital o un centro de desintoxicación. Algunos leímos artículos o noticias en la prensa acerca de A.A. u oímos anuncios en los medios.

En Guatemala existen grupos en miles de grupos en toda la república. En esta página de la Organización de Servicios Generales OSG de nuestro país encontrarás mayor información.

https://aaguatemala.org.gt/

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AA y los jóvenes

ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS® es una comunidad de
hombres y mujeres que comparten su mutua
experiencia, fortaleza y esperanza para resolver
su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo.

  • El único requisito para ser miembro de A.A. es
    el deseo de dejar la bebida. Para ser miembro de
    A.A. no se pagan honorarios ni cuotas; nos mantenemos con nuestras propias contribuciones.
  • A.A. no está afiliada a ninguna secta, religión,
    partido político, organización o institución alguna;
    no desea intervenir en controversias; no respalda
    ni se opone a ninguna causa.
  • Nuestro objetivo primordial es mantenernos,
    sobrios y ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el
    estado de sobriedad.
    Copyright © por AA Grapevine, Inc.;
    publicado con permiso.
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CAMINO A LA DERROTA

Tomado de las historias de Libro Grande – Historias Personales – Tercera Parte – (resumen)

Nací en una familia normal de clase media alta,con una activa vida social. Teníamos reuniones familiares todos los fines de semana con grandes comilonas, música, bebidas, mesas de póker, etc. Los chicos teníamos nuestras reuniones paralelas que también tenían música y baile. Así recuerdo mi primera borrachera a los ocho años: robamos una jarra de licor con frutas y bailé más libre que nunca hasta que me mandaron a dormir “en penitencia” junto a mi hermana y mis primas, que habían compartido conmigo la travesura.

Era normal en aquel tiempo que los chicos tomaran un poquitito de alcohol en las comidas, o bebidas de baja graduación alcohólica en las reuniones. Yo nunca dejé escapar estas oportunidades porque siempre me gustaron las bebidas con alcohol. Uno de mis juegos favoritos era el de preparar experimentos con los restos de los vasos y después los tomaba como “prenda” de algún juego. Todo estaba bien mientras mi conducta se podía justificar con la edad. No tenía problemas para tener alcohol porque en casa había una pequeña bodega y mis padres estaban todo el día en el trabajo. Además, era amiga de todos los organizadores de las fiestas que me daban bebida libre. Me fui a terminar de estudiar a la capital. Cuando el alcohol no me dejaba estudiar, tomaba anfetaminas. Cada vez que tenía problemas pensaba en qué tomar para regular mi conducta o mi salud, nunca se me cruzaba no tomar. Me recibí de traductora y terminé los estudios para profesora. No obtuve el título porque para ello tenía que trabajar tres días más dando clases, y yo consideraba que ya había hecho lo suficiente. Igual me independicé económicamente a los 21 años.

Tuve muchos trabajos, pero el mejor para mí era en turismo, porque si bien el sueldo era pobre, la vida era de fiestas continuas. Todos los días al terminar el trabajo o antes de empezar una guardia, pasaba por un bar vecino, sola o acompañada, y pedía un vaso de “agüita fresca”. El barman me servía un vaso grande de gaseosa lleno de bebida blanca incolora con hielo. Después de un año, dejé ese trabajo porque había hecho varios papelones en reuniones, había tenido algunas discusiones con compa- ñeros dentro y fuera de la oficina y alguno de mis jefes me había visto borracha. La excusa fue que el trabajo no me brindaba oportunidades de crecimiento y tenía otra buena oferta.

A los 26 años me junté con un grupo de gente más pesada. Pasaba los días consumiendo permanentemente con mi “novio” del momento y sus amigos, y participando en algunos negocios, que incluían el comercio de drogas. Me sentía como la novia de la mafia, y ese prestigio me daba el afecto que necesitaba. La última transacción fue muy grande y peligrosa. Esta vez mi juego había llegado demasiado lejos. Me asusté y otra vez me escapé. Me fui a otro país donde viví tres años de locura absoluta. Fui hippie, cocinera, pintora (de paredes), profesora de buceo, cazadora submarina, lavaplatos, artesana, alcohólica y drogadicta. Me enamoraba, me desenamoraba, quería hijos y mi cuerpo los rechazaba y cada dos por tres mi pareja me rechazaba también. Cumplí 30 años y todavía estaba jugando. Supuse que si volvía a mi ciudad tendría que portarme bien, porque no me atrevería a mantener esa vida frente a mi familia, así que regresé. Fueron tres días de reflexión, sola y pensando mucho: tendría que dejar las drogas y el sexo fácil, conseguir un trabajo y quedarme tranquila en la casa de mis padres. Jamás pensé en dejar el alcohol. Me daba cuenta de que todos los amigos que había tenido ya no estaban. El que no se había matado en un accidente estaba preso o en algún otro lugar del mundo. Aquellos conocidos casados, con hijos y trabajo nunca habían sido mis amigos.

En esos días me visitó una señora que me conocía a través de mi madre. Me empezó a contar sobre su historia con el alcohol, los problemas que le había causado y cómo estaba recuperando, desde hacía ocho años, día a día, la capacidad de vivir en sobriedad, aceptando las dificultades cotidianas, en lugar de esconderlas dentro de una botella. Yo le expliqué que yo estaba muy ocupada con mis propios problemas y que si su vida había sido tan terrible y tenía tantas dificultades, debería ir a un psicólogo en lugar de pretender que yo la ayudara. Más tarde me enteré que ella había hablado con una de mis hermanas, y que venía a transmitirme el mensaje de Alcohólicos Anónimos. Ella me contó que ese día salió de mi casa sintiendo que había fracasado y que yo iba a ser un caso muy difícil de recuperar.

Pero no tardé mucho en reaccionar a todas las voces que sonaban dentro de mí y a mi alrededor: dos semanas más tarde, al mediodía, caminaba con mi hijo menor de la mano, y me pidió una monedita para caramelos. Le expliqué que no tenía dinero; sin embargo, sí tenía todo reservado para conseguir un par de litros de bebida para la tarde. El me dijo “tienes lo mejor para ti, alcohol, cigarrillos…”. Me partió la cabeza y el alma. Mi Poder Superior y mis seres queridos se movieron con tanta coordinación que ese mismo día vino a charlar conmigo la mujer de mi papá. Hablamos de mi estado, del de mi madre y de los grupos. Se ofreció para cuidar a los chicos si yo iba ese día a A.A. Acomodé mi casa, bañé a los chicos y dejándolos en pijama, me fui en su auto a mi nuevo grupo. Ese sería el principio de esta nueva vida que estoy intentando aprender a vivir.

En un primer momento, estaba terriblemente enojada. A esa hora, en un día normal, yo estaría tranquila en mi casa, tomando algo y leyéndole a los chicos para que se durmiesen. Sin embargo estaba ahí, esperando para encontrar a un montón de gente que seguramente ya había conocido en el hospital junto a mi madre. Allí estaba mi amiga, que a pesar de estar muy enferma, fue a recibirme. También había mucha gente que veía por primera vez y todos me recibieron con mucho cariño. Yo creí que todos me conocían y que me estaban esperando. Eso de ser el centro de atención fue una cari- cia para mi ego. Pensaba que a través de mi madre cono- cían mi historia, y por una cuestión de educación respon- dí a cada saludo de bienvenida. Entendía que había entrado a una terapia de grupo y que debía intentar escu- char y hablar.

Escuché que alguien dijo que tenía que ser paciente y asistir a las reuniones lo más que pudiese. Esta vez mi soberbia actuó a mi favor. Pensé desafiante que iba a “ir todos los días a las siete y media como si fuese un trabajo y después veríamos”. Para que mi familia supiese que era obediente, les pediría ayuda por primera vez para que cuidasen a mis hijos. Como no los habían cuidado nunca antes, tenía la secreta esperanza de que dijesen que no, todavía pensando en que podría arreglármelas sola. Para mi sorpresa la mujer de mi papá me dijo: “Yo ya sé que hay que ir todos los días, ¿y tú?”. En este momento la elección era totalmente mía. Tenía que darle la razón a todos los que me habían advertido que el alcohol me estaba haciendo mal. Debía admitir en voz alta que no podía controlar mi manera de beber y que necesitaba ayuda.

Durante los primeros días repetía constantemente que no sabía si era el lugar para mí. Más adelante, bajo la excusa de no compartir el lugar de terapia de mi madre, decía que el programa era bueno, pero tal vez ese no fuera el grupo apropiado. Defendía mi autonomía y con ella, a la copa. Entendí que esta no era una enfermedad que pudiese curar la medicina, que mi manera obsesiva de beber era tan sólo un síntoma de que algo no andaba bien en mi manera de obrar y de sentir. Hablaban de un Poder Superior, necesario para empezar mi recuperación, y comprendí que tanta gente junta que podía estar sin tomar y que tenía ganas de estar un poco mejor todos los días debería generar esa energía positiva que me calmaba en mi abstinencia y que me atraía para volver al día siguiente. Así que, por lógica, el grupo sería mi Poder Superior.

Más adelante, se me sugirió que practicase la oración a diario y que la fe se me iría metiendo en el corazón, como lo hace la llovizna suave que parece que no moja, pero que al cabo de un tiempo nos deja empapados. Tenía lógica. A medida que se calmaba mi ansiedad, mi actitud hosca y mis exigencias desmesuradas iban desapareciendo, y con ello, los chicos se fueron animando a jugar fuera de la habitación primero, a compartir con otros chicos después, y a ser más tolerantes uno con el otro. Con mi recuperación empezaba también la de ellos. Hoy siento que Dios siempre estuvo allí, pero que yo con mis acciones, le daba la espalda. Pude ver que podía ir cambiando mis sentimientos poco a poco. Por ejemplo, en un primer momento abrigaba grandes resentimientos contra mi madre, porque no comprendía su enfermedad y la culpaba de la mía. A medida que pasó el tiempo, empecé evitar la palabra culpa y a cambiarla por responsabilidad. Entendí que yo era responsable de mis actos, y que mi enfermedad era una predisposición que había nacido conmigo. Toleraba el hecho de no tener la madre que hubiese querido y más tarde la acepté como es, esperando que ella me acepte a mí.

Enfrentarla con mis defectos resultaba más que difícil, pero hoy ella asiste a un grupo de A.A. en un hospital, y yo voy también para poder estar con ella bajo la protección de un Poder Superior. Ese recuperar a mi madre es otro de los regalos que me está brindando mi sobriedad en Alcohólicos Anónimos.

Sigo asistiendo a las reuniones porque me brindan un mejoramiento diario, y cuando una persona llega, reviso con ella mis primeros días de torpeza y de soberbia y trato de corregir el rumbo. Entiendo que la sobriedad es un “ir de camino” hacia la superación continua.

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¿Cómo inicio AA?

El 10 de junio de 1935, dos hombres de Akron, Ohio, conversaban frente a frente sentados a una mesa. Bill Wilson, que admitía ser “alcohólico empedernido” y el Dr. Bob Smith, un cirujano que no podía realizar su próxima cirugía sin haber tomado un trago, trataban de convencerse mutuamente de no tomar la copa siguiente. Hoy, se considera que ese encuentro fue la primera reunión de Alcohólicos Anónimos (AA).

En esa época, los alcohólicos eran considerados, en el mejor de los casos, moralmente débiles; en el peor, viciosos, delincuentes e incluso enfermos mentales. Rutinariamente eran encarcelados o enviados a asilos; siendo rechazados por la sociedad, se sentían aplastados por la vergüenza y el estigma. Pero hoy, gracias a la acción de AA, se considera que la adicción alcohólica es una enfermedad terrible que requiere un tratamiento compasivo.

Cientos de miles de personas le deben la vida a Alcohólicos Anónimos y a otros programas de doce pasos que siguen el mismo concepto. Un día a la vez, aquellos que luchan contra la adicción dedican tiempo a hablar honestamente con otros hombres y mujeres que han pasado por la misma experiencia. Juntos recuperan su vida y la cordura. ¿Cómo? A través de la aceptación de su responsabilidad, la camaradería, el crecimiento espiritual y la renuncia personal.

A pesar de que muchas personas han escuchado sobre aquella primera reunión histórica, la mayoría conoce menos a una colega del Dr. Bob Smith, la hermana Mary Ignacia Gavin. Sor Ignacia, religiosa de pequeña estatura pero ánimo resuelto, desempeñó un papel crucial para eliminar la vergüenza y el sentimiento de desesperanza que agobiaba a la mayoría de los alcohólicos debido al estigma que marcaba su enfermedad.

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Y hemos cesado de pelearnos con todo y con todos, aun con el alcohol.

Cuando A.A. me encontró, yo creía que me esperaba una lucha, y que A.A. me daría la fortaleza que necesitaba para vencer al alcohol. Victorioso en esa pelea, quién sabe qué otras batallas podría ganar. Pero tendría que ser fuerte. Todas mis previas experiencias en la vida lo habían demostrado. Hoy yo no tengo que pelear ni ejercer mi voluntad. Si doy esos Doce Pasos y dejo que mi Poder Superior haga el verdadero trabajo, mi problema con el alcohol desaparece por sí mismo. Mis problemas de la vida también cesan de ser batallas. Yo sólo tengo que preguntar si es aceptación —o cambio— lo que se requiere. No es mi voluntad, sino Su voluntad lo que hay que hacer.

ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS, p. 84

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Tina se unió a A.A. a los 13 años

“Si hubiera podido hacerlo sin problemas, todavía estaría bebiendo”.

Me encantaba la forma en que el alcohol me afectaba. Calmaba todo el tormento que sentía en mi cerebro. Tenía nuevos amigos, los muchachos mayores. Finalmente era ‘cool’.

Si hubiera podido hacerlo sin problemas, todavía estaría bebiendo. Pero rápidamente empecé a meterme en dificultades. Ir a las clases de sexto grado interfería con mi vida, que en ese momento consistía en emborracharme tanto como fuera posible.  A los 11 años me ingresaron en lo que yo creía que era un hospital mental. Qué alivio estar loca.  Estar loca está bien. Me di cuenta más tarde que el sitio era un centro de rehabilitación. 
Decidí en ese momento que no quería volver a estar en una institución nunca jamás. Haría todo lo que pudiera para no estar encerrada.  Cada vez que prometía algo, no podía cumplirlo.  A veces iba a cambiar sinceramente mi forma de actuar y no podía. Ahora entiendo que era el alcoholismo. Prometía lo que fuera, pero nunca admitía que la bebida era la culpable. Si admitía eso, tendría que dejar de beber.
Estuve en varias instituciones. La última era un hogar social. Podía haber ido a un centro de rehabilitación pero creía que no iba a integrarme allí (mi problema no era la bebida; era mi familia).
Me sentía aterrorizada cuando fui a mi primera reunión de A.A. Pero me dijeron que los muchachos de A.A. eran atractivos, así que fui. El orador dijo que solía beber por la noche y rezar para no despertar por la mañana. Luego cuando volvía en sí su primer pensamiento era, “Dios mío, tengo que pasar por esto un día más”. Dijo que se sentía como la única persona del mundo que se había sentido así. Yo estaba asombrada porque creía que era la única persona del mundo que se había sentido así. Me identifiqué.
Así que tenía 13 años y asistía a las reuniones de A.A. Todos eran mayores que yo, incluso la mayoría de los muchachos de las reuniones de jóvenes. Pero los alcohólicos en general siempre encontrarán una razón por la que no encajan en un sitio. Puede ser la religión, puede ser la clase, y puede ser la raza. Mi razón era la edad. Pero descubrí que los alcohólicos entienden a los otros alcohólicos. Me disgustaba descubrir que los alcohólicos me comprendían, porque eso significaba que yo era alcohólica. Y si yo era alcohólica, eso quería decir que mi familia tenía razón, y eso sí que me molestaba.
Me ayudaron a dar los Pasos, y descubrí que pasé por la misma experiencia que todos los demás cuando dieron los Pasos. Me he dado cuenta de que debido al principio espiritual del anonimato, no importa lo joven o lo “especial” que yo sea, en A.A. soy sólo una borracha.

Tomado de: AA y los jóvenes.

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Alcohólico – Animación – Cortometraje – (El galardonado)

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